2009/03/09

Resulta enormemente complejo acotar los límites del objeto artístico: lo que es arte y lo que no lo es. De una u otra forma, bucearíamos en el difícil debate que persigue la definición de la belleza. Desde mi punto de vista, el arte no puede caracterizarse por la representación de la realidad; resulta un ejercicio intelectualmente insatisfactorio jugar a ser un dios constructor de falsas realidades. Del mismo modo y punto de vista, la admirable vaca de piedra o bronce del escultor, de una habilidad extraordinaria que es capaz esculpir algo tan parecido a las vacas que animan los establos, no me interesa como arte. Lo mismo puedo afirmar de ese bodegón que tiene un salmón que casi parece poder tocarse. Se me ocurre que el pasado no disfrazó de trascendencia artística las pinturas de las paredes de las iglesias románicas; presumiblemente fueron un recurso efectivo para transmitir la cultura cristiana. Su grado de abstracción, que estoy dispuesto a admirar, emparentado con su falta de perspectiva y su limitación cromática, es producto probable de la falta de recursos técnicos de sus autores. Sin embargo, a pesar de lo resbaladizo de cualquier disquisición enfocada a concretar la disposición anímica del alma del artista, parece cabal incidir en la intención poética como soporte del espíritu artístico. Desde luego, no soy capaz de ilusionarme con un arte que se reduce a la demostración técnica de su autor.